EL PROCESO DE AUTOFICCIÓN
Creo no haber confundido todavía nunca la ficción con la realidade (7), aunque sí las he mezclado en más de una ocasión como todo el mundo, no sólo los novelistas, no sólo los escritores sino cuantos han relatado algo desde que empezó nuestro conocido tiempo. Así, cualquiera cuenta una anécdota de lo que le ha sucedido y por el mero hecho de contarlo ya lo está deformando y modificando.
Y sin embargo voy a alinearme aquí con los que han pretendido hacer eso alguna vez o han simulado lograrlo. Voy a relatar lo ocurrido o averiguado o tan sólo sabido (8): lo ocurrido en mi experiencia de escritor, o en mi fabulación, o en mi conocimiento.
No soy el primero ni seré el último escritor cuya vida se enriquece o condena por causa de lo que imaginó o fabuló y haya escrito y publicado (5). A diferencia de lo que sucede en las verdaderas novelas de ficción (9), los elementos de este relato que empiezo ahora son del todo azarosos (1) y caprichosos, meramente episódicos y acumulativos. No creo que esto sea una historia, aunque puede que me equivoque, al no conocer su fin. El principio de este relato, eso lo sé, está fuera de él, en la novela que escribí hace tiempo, o aún antes de eso, y entonces es más difuso, en los dos anos que pasé en la ciudad de Oxford ensenando como un impostor entretenidas materias más bien inútiles en su Universidad y asistiendo al transcurso de aquel tiempo convenido. Su final quedará también fuera, y seguramente coincidirá con el mío (2), dentro de algunos anos, o así lo espero.
Siempre se dice que detrás de toda novela hay una secuencia de vida (3) o realidad del autor, por pálida o tenue e intermitente que sea, o aunque esté transfigurada. Se dice esto como si se desconfiara de la imaginación y de la inventiva, también como si el lector o los críticos necesitaran un asidero para no ser víctimas de un extrano vértigo, el de lo absolutamente inventado o sin experiencia ni fundamento, y no quisieran sentir el horror a lo que parece existir mientras lo leemos y sin embargo nunca ha sido (6).
De todas mis novelas hay una que permitió a sus lectores este Consuelo (4) o coartada en mayor medida que las demás, y no sólo eso, sino que invitó a sospechar que cuanto se contaba en ella tuviera su correspondência (10) en mi propia vida, aunque yo no sé si ésta es a su vez parte o no de la realidad. Quizá no lo sería si la contara y algo estoy ya contando. En todo caso, esa novela titulada Todas las almas se prestó también a la casi absoluta identificación entre su narrador sin nombre y su autor con nombre, Javier Marías, el mismo de este relato, en el que narrador y autor sí coincidimos y por tanto ya no sé si somos uno o si somos dos, al menos mientras escribo.
Todas las almas fue publicada hace ya ocho anos y bastaba mirar la solapa de la edición primera, con unos escuetos datos biográficos sobre el autor, para saber que yo había ensenado en la Universidad de Oxford durante dos cursos, entre 1983 y 1985, al igual que el narrador espanol del libro. Y es cierto que ese narrador ocupa el mismo puesto que ocupé yo en mi propia vida o historia de la que guardo recuerdo, pero eso, como muchos otros elementos de esta y de otras novelas mías, era sólo lo que suelo llamar un préstamo del autor al personaje.
(Javier Marías. Adaptado de randomhouse.ca.)
Determinados términos indican la actitud del autor ante lo que dice.
Un término con esa función está subrayado en el siguiente fragmento: