Entró Amalia, con el plumero y el delantal blanco, y se quedó (8) mirando con sorna (1), los brazos en jarras (2), a Gervasio y Crucita (5). – “Míralos, como dos tórtolos. Anselmo Llorente se va a reír, cuando se lo cuente.” –
Amalia, como diferencia y signo de distinción, designaba a su novio con nombre y apellido, pero, pese a su magnificencia, Anselmo Llorente era poca cosa, enjuto, un rostro lascivo (3), donde apenas sobresalían los pómulos y los lentes sin montura. En invierno y verano vestía (9) trajes oscuros, muy marcados la raya (13) del pantalón, y un sombrero gris de fieltro (14). Hasta bien entrada la primavera no se desprendía del abrigo azul marino, ni de la bufanda (15) que protegía la escuálida (16) garganta tan a conciencia que apenas se descifraba un enigmático y menudo rostro oriental. Crucita le decía (6) a Amalia que Anselmo Llorente era muy señorito (12) y ella sonreía halagada por lo que entendía ser un piropo (4). Amalia consideraba que lo ennoblecía, refiriéndose a él por el nombre y el apellido.
A Gervasio no acababa de gustarle (7) Anselmo Llorente, tan descolorido, tan anguloso, los ojos esquivos, las manos en los bolsillos y, si acaso lo saludaban al pasar, respondía con un gruñido, sin reparar en quiénes eran (10), excepto si los acompañaba la señora Zoa, en cuyo caso se sacaba (11) ceremoniosamente el sombrero, cambiaba unas palabras con ella y la hacía objeto de toda clase de zalamerías (17).
(Adaptado de: DELIBES, Miguel. Madera de héroe. Madrid: Destino. 1987. p. 24-25.)
As expressões se quedó mirando con sorna (1) e los brazos en jarras (2) indicam que Amalia era uma mulher